Como hemos visto, el anemómetro se usa para medir el movimiento de los gases (en estado contenido o liberado).
Su uso es muy específico, pero los datos que aporta son de grandísima utilidad para muchos profesionales y sectores que dependen del viento para desempeñar su labor. Veamos algunos ejemplos:
En meteorología se utiliza para determinar la velocidad del viento en momentos precisos. En situaciones como los incendios, esto permite calcular la rapidez a la que puede propagarse un fuego y la peligrosidad para las labores de extinción. También es relevante para calcular el impacto de los tornados.
Por supuesto, es un dispositivo imprescindible en el sector de la aviación, ya que saber la fuerza del viento ayuda a calcular las rutas y a decidir qué maniobras deberán realizarse durante los vuelos.
En agricultura revela si es un buen momento para fumigar los campos o activar los aspersores, ya que en función de la velocidad del viento se podrá determinar la posición del riego y cubrir (o no) todo el campo. También es una herramienta crucial para saber si se pueden quemar tallos y controlar cuándo se apagará el fuego.
En ingeniería y construcción ayuda a determinar si se dan las condiciones adecuadas para trabajar con grúas o realizar actividades en suspensión.
En oficinas o naves industriales, el anemómetro ayuda a evaluar si los sistemas de calefacción, refrigeración o ventilación están funcionando de forma adecuada.
Asimismo, este instrumento aporta información relevante a la hora de practicar actividades al aire libre, como la pesca, el golf, el montañismo, el ciclismo o la navegación.